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Acompañado por su Secretario de Obras Públicas, Lito Orozco, este lunes el jefe comunal intentó apagar el fuego de la indignación vecinal con un discurso mezcla de tecnicismos, autocrítica parcial y una buena dosis de apuntar con el dedo: a la provincia, a los vecinos “irresponsables” y al destino que, según parece, conspiró para que el agua no corra en una ciudad que, irónicamente, abastece a la región.

Sí, el intendente reconoció —por enésima vez— que el problema del agua “se viene arrastrando desde hace más de dos meses”. Sí, admitió que “no se le pudo encontrar la vuelta”. Y sí, prometió —una vez más— acciones “en las próximas 48 a 72 horas”. Pero no, no hubo un plan concreto, ni plazos definidos, ni garantías de solución estructural. Solo una retahíla de causas “multicausales y estructurales”, como si eso eximiera al municipio de haber planeado, anticipado o al menos gestionado con mayor eficacia el crecimiento de la ciudad. ¿Cómo es posible que, estando al borde del colapso hídrico, se espere a que el sistema se derrumbe para reaccionar?

Monsalve y Orozco hicieron bien en apuntar al consumo excesivo y al envejecimiento de la infraestructura. Pero es inaceptable que, tras años de gestión, el municipio siga sin contar con un sistema de medición, sin políticas de concientización efectivas y sin un proyecto técnico financiable que haya movilizado seriamente a Nación o Provincia. Más grave aún: culpar a los vecinos por llenar piletas mientras el Estado no garantiza el servicio básico más elemental es, cuanto menos, una falta de empatía institucional. ¿Cómo pedir responsabilidad cuando el propio municipio no ofrece las condiciones mínimas para ejercerla?

Y si el agua es una herida abierta, el tema de los perros es una cicatriz que jamás sanó. Monsalve afirmó con orgullo que “se ha controlado muchísimo” el problema de los canes callejeros. Pero basta caminar por el centro, pasar frente al propio municipio o recorrer cualquier barrio para ver lo contrario: perros sueltos, sin correa, sin dueño visible y, en muchos casos, en estado de abandono. ¿Dónde están las multas que la ordenanza permite? ¿Dónde los controles reales? ¿Dónde la política de tenencia responsable más allá de los discursos?

Peor aún: cuando una vecina denunció la muerte de mascotas sanas en el quirófano municipal, la respuesta fue burocrática y fría: “que haga la denuncia formal”. ¿Acaso no es el municipio quien debe investigar, prevenir y garantizar la seguridad en sus propios servicios veterinarios? ¿O solo se actúa cuando el escándalo llega a la radio?

La frutilla del postre fue la negativa —disfrazada de realismo— a impulsar un transporte urbano, pese a que un vecino le presentó un proyecto concreto. Monsalve argumentó que “debe hacerlo el sector privado”, pero no explicó por qué el municipio no actuó como puente ni por qué no se exploraron alianzas. ¿Será que gobernar también implica facilitar, no solo delegar?

Al final, lo que queda es un intendente que “da la cara”, sí, pero sin dar soluciones. Que pide responsabilidad mientras evita asumir la propia. Que celebra avances invisibles mientras los vecinos siguen sin agua y con perros en la puerta. En 25 de Mayo, el discurso ya no alcanza. La gente no quiere más promesas: quiere hechos. Y sobre todo, quiere un Estado presente, no uno que se limite a culpar a todos mientras el sistema se desarma pieza por pieza.

Autor: admin